El herpes zóster es el resultado de la reactivación del virus de la varicela zoster (VVZ), latente en los ganglios sensitivos tras la primoinfección por la varicela. Suele ocurrir en la edad adulta, casi siempre en mayores de 50 años, aunque también puede observarse en personas más jóvenes (incluso niños), sobre todo cuando la infección por la varicela ocurrió en los dos primeros años de vida.
La erupción es precedida de un periodo prodrómico de 1-7 días de duración, con hiperestesia o dolor en la metámera afectada. Posteriormente aparecen vesículas agrupadas sobre base eritematosa, algunas veces hemorrágicas, que se disponen a lo largo de un dermatoma, por lo que de modo característico no pasan la línea media corporal. Pueden seguir apareciendo lesiones nuevas durante dos a siete días evolucionando por brotes sucesivos, con dolor paroxístico acompañado de parestesias y alteraciones de la sensibilidad.
Las metámeras más frecuentemente afectadas son las torácicas (más del 50% de casos), seguidas de las lumbares, cervicales, sacras y craneales.
La neuralgia postherpética es una complicación frecuente. Se trata de un dolor neuropático, crónico, rebelde al tratamiento, que continúa más de tres meses tras la resolución de las lesiones cutáneas.
El diagnóstico es esencialmente clínico, aunque en formas atípicas puede ser necesario recurrir a exámenes complementarios para confirmar el cuadro.
En la mayoría de pacientes el herpes zóster es un proceso autolimitado y sin complicaciones, no obstante, el tratamiento precoz con antivirales orales, en las primeras 72 horas desde la aparición de la primera vesícula, es eficaz para disminuir la duración de la enfermedad y el dolor, y podría ayudar a prevenir el desarrollo de la neuralgia postherpética y otras complicaciones. El tratamiento es de una semana, se puede emplear el valaciclovir 1 g / 8 horas, el famciclovir 750 mg / 24 horas o la brivudina 125 mg / 24 h. , además del tratamiento tópico complementario.